viernes, 11 de noviembre de 2022

La venganza de los Arcos


                             


                                          I

     Si hay un suceso que causa terror, es la caída de una montaña, lo hemos vivido en carnes propias. Y aquí lo cuento:

     En segundos, como una gigantesca criatura de los bosques que revienta con sus poderosos brazos el terreno por donde pasa, así apareció de imprevisto, entre la arboleda y a gran velocidad,  una masa de lodo, que desbordaba el pequeño lecho por donde antes bajaba un insignificante riachuelo, arrastrándolo todo. Engullendo a su paso además de árboles, rocas y capa vegetal... nuestro acueducto. Flanqueada por un ejército de inmensos troncos desgajados que, cual gendarmes sin escrúpulos,  rotaban sobre su eje a modo de arietes de guerra medievales, reventando la infraestructura como si de un castillo  sitiado se tratara. El Palón se desplomaba.
 
     Los que formábamos parte de la cuadrilla de voluntarios que intentábamos recuperar restos de la construcción: tubos, mangueras, llaves, conexiones; huimos desesperados para escapar de lo que parecía el hocico de una criatura infernal y movediza, hambrienta de nuestros cuerpos.  
  
      Uno de estos mazos de madera de toneladas de peso,  golpeó con tal fuerza el último tanque en pie, que lo levantó de sus cimientos, por los aires, como si fuera de paja,  sumergiéndolo de golpe dentro del flujo de materiales que manaba cuesta abajo; mientras arrojaba proyectiles a diestro y siniestro:  pedazos de bloques, cabillas y escombros que amenazaban nuestras integridades.
 
     El sonido era espeluznante, ...un ruido sordo..., como de bestia que ataca por sorpresa con sus fauces abiertas y paraliza las piernas por el miedo,  impidiendo correr. La sensación de caer por esos lodos prehistóricos era inevitable. La posibilidad de que nos tragara y arrastrara consigo, cientos de metros aguas abajo, hasta enterrarnos para siempre en "la playa" que se estaba formando, como un abanico, en las riberas del Río Chama, era una realidad. Nuestras vidas corrían un gran peligro, estábamos situados en el peor lugar, en el momento menos adecuado; justo al lado del cauce  abierto de una montaña encolerizada, que arrojaba  aluviones cuaternarios como un volcán. Todo el bosque se sacudía... el estruendo... la tragedia se mostraba: ¡oh devastación!
 
     - ¡Sal de ahí Luis! grité al compañero que se encontraba rescatando unas mangueras dentro del cauce vacío y resbaladizo, justo  segundos antes de que el coloso apareciera. 
 
     En la montaña profunda, como consecuencia de mis continuas  búsquedas de  afluentes que pudieran servir para la construcción de acueductos rurales, con capacidad de satisfacer la necesidad  de mis vecinos y  de mi familia propia, me había convertido en sagaz observador, aunado a los afortunados consejos de personas  que más adelante revelaré.
 
     Había detectado que el pequeño hilo de agua que descendía por la concavidad embadurnada se había detenido. Comprendí en un instante que algo represaba el agua.
 
     -¡ Fuera ! grite a tiempo.
 
     El amigo reaccionó e intentó salir de la trampa de barro inútilmente, resbalándose, cada vez más, en el cieno gelatinoso. Corrí en su auxilio presintiendo el riesgo que corríamos y le di la mano; él no soltaba la pala con que trabajaba, lo que complicaba la operación.
 
     - ¡Suelta eso Luis! ¡Suelta la pala! le grite angustiado, mientras veía temeroso hacia la espesura, aquella abertura inmensa y tenebrosa entre los árboles, que se había formado días antes, por los sucesivos deslaves que cual olas de un mar tempestuoso y sombrío, iba vomitando la montaña; uno a uno, como calculado, causando cada vez mas daño. 
 
     El vecino finalmente se liberó del  fango arrastrándose como pudo. Baquiano de estas tierras desde que lo llevaban sus abuelos a las siembras en la lomas de La Poderosa, también intuyó que algo feo se nos venía encima. Fue tan pavorosa la aparición del deslave, que huimos en  todas direcciones aterrados  buscando tierras altas para protegernos de la gran ola. La cuadrilla abandonó sus puestos de trabajo, y todas las herramientas: picos, palas, barras quedaron dispersas por el terreno perdiéndose;  para internarnos en la maleza, lo más lejos del fenómeno que casi nos cuesta la vida.  

 
                                   II
                         
     Mucho antes que las fuerzas de la naturaleza destruyeran no solo los espaciosos tanques y desarenadores que la comunidad de La Capea había construido a principios de los noventa, con sus propios recursos,  en la zona de El Palón, sino que hasta borraran del mapa la parcela que los alojó, dejando tras de sí, solo desolación, pérdidas materiales  y un enorme socavón, en la ladera de la montaña, así como en nuestras esperanzas; dos personas, oriundas de estas tierras, ya me habían advertido tiempo atrás, en nuestras conversaciones al lado del fogón, que si no nos andábamos con cuidado por esos montes, en el empeño de construir un acueducto, la montaña "se caería ", como en efecto sucedió. 
 
     Entiéndase: previo a que las autoridades gubernamentales, universitarias y los pobladores se percataran.
 
     Una de estas personas que vaticinó el cataclismo fue María La Cruz, ejemplo de educación, integridad, amistad, nobleza y calor humano. Guardiana de estos montes y los caseríos adyacentes. Señora de los cuentos, las anécdotas y los consejos. Proveedora del sustento mínimo, para los trabajadores que llegaban hambrientos hasta su mesa. Conversadora, inteligente y amorosa. Desde lo alto de la loma, bajo la sombra de los frondosos aguacates, la reina siempre vigilaba:
 
     - "Pero María mire sus pies maltratados", le señalé a los comienzos de mis correrías por esta región, cuando se los vi, golpeados y llenos de barro. 
 
     - " Son esas bichas, esas gallinas señor Pedro que me los tienen todo picoteados "

     Lleno de vergüenza al contemplar mis relucientes botas de hule, que todo recién llegado "citadino" adquiere para estrenarse en los menesteres del campo; lo menos que pude hacer fue obsequiárselas, por impulso.

     - "Tome María, acéptemelas... yo tengo otras", le dije como excusándome por el abuso de confianza. Ella las recibió de muy buen gusto y agradecida.

     Regresé a mi vehículo sintiéndome un tanto desnudo al caminar descalzo. No sabía entonces que con esas botas, de alguna manera estaba entregando mi pasado: mi estilo de vida, mi casa materna, mi ciudad natal; mis amistades de toda la vida. Una preparación para la poesía, la épica y las luchas que me esperaban en esta región andina.
 
     Regresé a Caracas a culminar con mis asuntos y un año después volví a Los Andes y, como en otras ocasiones, pasé a saludar a María. Nuevamente mis ojos se posaron asombrados sobre sus pies marchitos, vestidos apenas con unas malas suelas y unos remiendos. Ante mi sorpresa expresé:

     - ¡Pero María por dios, y las botas que le dejé! ¡ Por qué no las usa ?, y ella, a manera de contestación, se dirigió a un  vetusto cajón y extrajo  las botas lustrosas  envueltas en un plástico protector, exclamando al mismo tiempo, un tanto perpleja:

     - ¡ Como cree señor Pedro, si usted me las regaló !

     Las había guardado tanto tiempo como una ofrenda, un regalo de amistad, que no se usa sino que se conserva, no por lo que es, sino por lo que representa. Y esa fue mi primera lección. A partir de allí, me dejé llevar por sus enseñanzas, su palabra bondadosa, su buen trato y, en su inmaculada pobreza, su comprensión a mi falta de luces sobre los misterios de los territorios en los que pensaba asentarme, con mi familia: eran otros tiempos y quien no supiera leer los símbolos del monte y su gente, de entrada, ya estaba fracasado.
 
     Con los años fui descubriendo que su palabra era mandato y cuando María solicitaba algún asunto, realizaba prodigios; como cuando le comenté desesperanzado que alguien se había llevado una pesada y costosa "barra" de labranza de mi propiedad, que dejé mal parada en cualquier lugar. Solo bastaron unos pocos días, para que escuchara a un niño llamándome frente a mi casa:

     - ¡ Señor Pedrooooo ! ¡ Lo llama María La Cruuuuz, que pase rápido por su casa !

     Al llegar a su humilde vivienda, me señaló el catre donde dormía, único enser en aquella habitación oscura y vacía. Y me dijo, un tanto nerviosa, mirando hacia los lados,  como si no quisiera ser descubierta:

     - "Asómese debajo de la cama, en el piso". Y para mi sorpresa: en el suelo, refugiada debajo de su lecho, en la penumbra,  estaba mi barra.
 
 - ¡Llévesela rápido, corra!, me ordenó.

" Ah María, María
guardiana de Raíz de Agua, de sus adyacencias
y de mi hogar. Centinela eterna de estas tierras,
perspicaz amiga, que hablas con voz precisa
y elocuente.
 
Eres, para el huérfano,
la madre que nunca fuiste
y para el desamparado  
la hermana que nunca tuvo:
 
Nadie te escucha nadie te oye,
nadie te ve
 pero tus palabras surcan
como palomas
los cielos.
 
Unas veces temibles:
 
 "...cuando ese volcán se baje, 
arriba de  la quebrada Agua Clara
barrerá con todo esto...
Que esos bichos
son malos ¿...?
y hay que andarse con cuidado,
respetarlos, que son cosas sagradas
misterios
que los gritos y la bulla,
los enfurece" ...
 
Y otras veces tierna

 Pero ¡Ay! señor Pedro, exclamaba con un suspiro,
 si tan solo pudiera mandarle unas mazorcas
a sus hijos, allá en España.
 
     Que fortuna, que hechos que estaban tan profundamente reservados en la intimidad de los pensamientos; destinado a no salir jamás, surjan hacia la luz por estos medios tecnológicos y la inspiración que estas noches solitarias, apacibles y lluviosas transmiten, dando vida a los personajes que conocí y admiro. Correspondo con el  escrito a este espléndido lugar, al sonido del río permanente y al recuerdo de la gente, en momentos que la naturaleza se sacude violentamente a nivel global.
 
    Continúo pues,  armando esta narrativa un tanto complicada pero importante. Gracias por su paciencia. No me perderé, llegaré al final. 


                                       III

     La otra persona, protagonista de esta historia, que me advirtió de la inminente catástrofe en El Palón,  fue Nemesio Sánchez. Impecable en su vestir, con su paltó roído, su cuello abotonado, su sombrero de ala ancha y su "castellano antiguo". Descendiente de generaciones que habitaron estas "tierras de nadie". Conocedor de los enigmas de los bosques. Hijo de los páramos, las lagunas, los montes y las cosechas. Maestro poseedor de valiosos conocimientos ocultos y  probablemente: "uno de los últimos caballeros".
 
     Más adelante transcribiré textualmente su parlamento, de modo que quede impreso en las letras, una fracción de su vida y su legado.

    Dedico este relato en memoria de María y Nemesio, por haberme llevado de la mano a través de los secretos andinos y haber enriquecido mi vida con su amistad y enseñanzas. 
 
(Sigo)
                      
    No mucho tiempo atrás del siniestro que nos ocupa,  María  La Cruz y Nemesio Sánchez me instruían reservadamente  sobre el misterio de unas criaturas a las cuales llamaban: Arcos:
 
     -" Esas son criaturas peligrosas señor Pedro, hay que tenerles cuidado y saber tratarlas ", comentaba María; pero en ese entonces, por mi escasa experiencia en estas materias, poco o casi nada entendía. Por más que ellos se esforzaban para hacerme comprender que para entrar en la montaña, por la necesidad de ubicar fuentes de agua para construir nuestro acueducto, debíamos hacerlo en silencio, no llevar perros que ladren y jamás lanzar piedras a los árboles y mucho menos a las lagunas.
 
      -" Los Arcos son como ángeles caídos, expulsados por nuestro Señor de los cielos: son mitad santos y mitad diablos. Son encantamientos de los bosques, que no se meten con nadie, si no los molestan. No les gustan las personas ruidosas, ni los gritos ni los escándalos ni los perros ladrando . Allí mismo, en el Palón, en el comienzo de los siglos cayeron dos...", afirmaba Nemesio, con voz pausada y seguro de sí mismo.
 
     Al verme ensimismado y con dudas, Nemesio se levantó el ruedo del pantalón de su pierna derecha:

     - ¿Ve esta cicatriz que tengo aquí, en la pantorrilla? ¡Aquí me mordió un Arco!, ¡ Lo ve!, tajante, como para que lo entendiera.

     Mientras observaba las características de la vieja herida, pensaba: "¿Cómo serán los Arcos?"¿Cómo sabré distinguirlos, si alguna vez me topo con uno de ellos?
 
    Qué apasionantes lecturas sacaba de estos encuentros... de las conversas... Vivía.
 
      -" Cuando los Arcos son molestados abandonan su hogar, no sin antes destruir todo atrás. No dejan piedra sobre piedra, cuando se mudan de lugar lo destruyen todo, por venganza. Mire  que pueden ser muy malos", continuaba el maestro con su rostro serio, y al mismo tiempo amigable. Inmerso en sus conocimientos me instruía. Me revelaba... me confiaba sus secretos...
 
     Mientras prestaba atención a esas historias tan fascinantes, degustaba el guarapo que  María me ofrecía, calentado en el fogón de leña... olor que en la actualidad se me hace dolorosamente indispensable, cuando desde la lejanía, en la geografía africana, frente a las costas de Marruecos, en Canarias, extraño mi tierra. Aprendía pues con ellos, lentamente, pero aprendía.

    A través de las pláticas con María, y las advertencias pacientes y  respetuosas de Nemesio, comprendí que me enfrentaba a fuerzas desconocidas, en mis expediciones en solitario por Raíz de Agua ¡El comienzo de la épica! Fue entonces, cuando obedeciendo sus instrucciones, comencé a aventurarme monte adentro "caminando de lado", en sumo silencio, respetando los senderos  que se abren cuando te saludan las criaturas de la espesura, y las ramas de los árboles se mecen, y te dan la bienvenida.
 
     Al quedar atrapado entre las zarzas espinosas entrecruzadas que impedían  mi paso, suavemente les decía: "suéltenme por favor", como me indicaba Nemesio. Era el abrazo fraternal de la naturaleza, cuando reconoce a una criatura que entra en paz. Y si te hinca una espina aún mejor, es su manera de saludar y reconocerte con tu sangre, como un hermano más. Agachándome levantaba las yerbas y entre florecitas y rastrojos aparecían diminutos cursos de agua, que encandilaban mis retinas con su brillo cristalino, y agudizaban mis oídos con su tintineo, alimentando mis  esperanzas de posibles suministros acuíferos.
 
    Mientras contemplaba absorto aquel "bosque encantado", donde cada criatura te observa y sigilosamente te acompaña; bañado en la espesura por algunos rayos de sol que atravesaban tímidamente las ramas de los árboles, mezclados con una humedad permanente y los insectos, recordaba las palabras de Nemesio:
 
      - "Ándese con mucho cuidado don Pedro, porque en esa montaña de Raíz de Agua habitan dos Arcos, caídos del Arca de Nuestro Señor Jesucristo, allá en los comienzos de los tiempos. Y esas son criaturas ponzoñosas que pueden hacer mucho daño, como se lo estoy diciendo. No les gusta que jurunguen por allí. Se ponen furiosos" 
 
     Hago un inciso en el relato para señalar que Nemesio no hablaba como en los entrecomillados anteriores. Son "sus palabras más, palabras menos" a través de mi recuerdo, que las interpreto. Comparado con su pureza de discurso, me expreso  burdamente, él lo hacía como un "erudito", con un castellano original. Sin embargo, más adelante, en el testimonio que les presento, Nemesio Sánchez  nos hablará textualmente, tal como se expresaba en su cotidiana majestad... se los prometo.
 
  Mientras tanto vamos hilvanando esta historia
 
 
                                      IV
 
      El fenómeno de los Arcos, sus creencias y sus prácticas forma parte de la lucha desesperada de la naturaleza para no perecer ante el avance irrespetuoso de una parte de la población -mundial-, que no entiende que los montes son sagrados  ...son nuestros pulmones... y su mantenimiento y defensa nuestro primer deber. Que el amable y solidario trato entre las personas y con la naturaleza, es fundamental y base obligatoria para constituir cualquier sociedad que se respete.

    Me exponía pues, mansamente ante los Arcos con el aplomo de quien lucha por el bienestar común, lo cual da una gran fuerza espiritual y al mismo tiempo con la confianza que me daban éstas dos personas protectoras; quienes velaban y oraban por mi, para que en mis incursiones y "enfrentamientos" - que los hubo- nada me pasara.

     -" Tenga cuidado don Pedro, si por esos montes le sale una mujer bonita. No le haga caso no la mire no se le ocurra tocarla, siga de largo porque probablemente es uno de esos Arcos disfrazados, que espera su debilidad para agarrarlo por el cuello y ahogarlo en la laguna ", me advertía Nemesio
 
      Pero mi insistencia de encontrar con urgencia un caudal de agua, en la montaña, era un tema recurrente, insistía. Y él me aconsejaba. 
 
     - " Vaya tranquilo don Pedro pero camine de lado por los senderos y no se distraiga. Siempre atento y muy importante:  no se le ocurra beber en el río debajo de un animal que toma agua más arriba, porque puede ser otro Arco disfrazado tendiéndole una trampa, que con su baba envenena el agua que baja por el caudal, para matarlo a usted". Y, agregaba:

     - " ... y lleve consigo un pocillito de miche y una estampita de la virgen, y se los deja arriba de una piedra para entretenerlos, mientras se adentra usted en la espesura.

     - Años después, y por diferentes causas, estaba consciente de que la ayuda al prójimo era la gran fortaleza. El gran escudo que protege contra todos los males. Te exime de los miedos, te provee de los recursos mínimos necesarios para la subsistencia y te da la valentía para adentrarte en la inmensidad de los páramos - Los Conejos- , bordear las lagunas- Las Iglesias-  y ascender a gran altura- La Cara del Indio-,  como un guerrero, para llevar medicina a una comunidad aislada. Y desde una roca, casi rozando con tus cabellos las estrellas,  ejecutar una extraña danza indígena, blandiendo una soga invisible, que lanzas a la expedición que trabajosamente sube con mulas y enseres, atándolos con un gran lazo del cual tiras con fuerza, para ayudarlos en su agotador ascenso.
 
     Los Arcos no son juegos ni fantasías, ni siquiera cultura popular. Como ha venido afirmando Nemesio, en la montaña de Raíz de Agua, justo en frente de nuestros ojos, cayeron los dos Arcos artífices de la destrucción del Palón y nuestros acueductos. Seguramente no fuimos los pobladores de las cercanías,  quienes los provocamos, pues siempre se ha incursionado con mucho respeto y cuidado de ocasionar daño innecesario al entorno natural. Quizás los Arcos estaban viejos y cansados. Tal vez respondieron a la sordera de un mundo que cada vez los aprisiona más. Es probable que acabaran nuestras infraestructuras pensando que eran máquinas taladoras de selvas. O tal vez nos confundieron con traficantes de especies en peligro de extinción.
 
    No lo supimos, no lo sabemos, no lo sabremos; pero lo que sí es cierto es que coincidió nuestro ingreso a sus dominios  con el "momento" del desastre.  Por una u otra razón,  los Arcos se molestaron  y  "se largaron", o como decía María:
 
    - "Se mudaron de cabecera", con las deplorables y ya descritas consecuencias. No hubo misericordia de parte de ellos, ¡eso está claro!  pero tampoco la hubo por parte de aquellos que no supieron convivir con esas criaturas y no escucharon el llamado de auxilio de la Madre Tierra.
 
     Días antes del comienzo del deslave, Nemesio, agitando su sombrero,  me alertó:

     - " ¡Don Pedro, don Pedro! ¡Anoche! Anoche vieron a los dos Arcos cruzando la carretera. Subieron de La Poderosa hacia arriba, por el callejón.  ¡Se marcharon!  ¡Se fueron! ¡Dios nos coja confesados", exclamó exaltado desde el patio de la casa donde María tuesta el café, al sol.
 
     - Una vez a su lado, lo comentamos. Nemesio mostraba signos de gran agitación, María callada y taciturna, nos preparaba un guarapo, mientras murmuraba para sí misma: " ...esos bichos son malos, esos bichos son malos..." 
 
(Silencio)
 
     Y la montaña de El Palón... se desplomó... 
 
    Y el evento sucedió mucho antes que lo advirtieran los profesores de la universidad que evaluaron el fenómeno; quienes se enteraron respondiendo al llamado angustioso que habíamos realizado a las autoridades competentes, una vez constatados los primeros deslizamientos y el color marrón del agua que nos llegaba, como plaga bíblica presagio de los tiempos que corren y el calentamiento global.
 
     Preguntaron los académicos e investigadores de la universidad:
 
     -  Y díganme..., esa corona que tiene la montaña arriba, ¿la ve? entre el follaje..., como una media luna de tierra sin árboles....arriba, casi en el tope..... ¿Desde cuándo está allí ?
 
     - "Desde hace menos de una semana profesor ",  respondimos. 

     - ¡ Oh Dios !, exclamó el catedrático. " Roguemos que la montaña no se caiga de golpe, porque represaría el Chama, y luego reventaría, arrasando  todos los caseríos desde aquí a Tabay y, en su trayectoria desenfrenada todo lo que encuentre por delante, hasta Mérida "
 
    Y se armó la grande. La noticia corrió vertiginosamente por toda la población y cundió el pánico. Llamamos al alcalde quien, con su equipo, atendía una reunión en la Isla de Margarita, y quienes tuvieron que regresar en el primer avión. Las autoridades e instituciones competentes de la gobernación del Estado, se activaron y enviaron a sus delegados. Llegaron las noches en vela, con los estampidos de la montaña que parecían temblores de tierra.  Se anunciaron planes de contingencia y se realizaron múltiples asambleas con los pobladores angustiados ante la posibilidad cierta de  que El Palón se derrumbara, lo que hubiese ocasionado una tragedia de proporciones dantescas.
 
     Afortunadamente no ocurrió... , dentro del peor de los escenarios, se desató el menor. Podríamos decir que hasta los Arcos  fueron misericordiosos causando un daño "controlado",  incluyendo nuestro acueducto,  a pesar del  cataclismo mencionado y la cicatriz que nos dejaron de recuerdo para siempre, en la montaña del Palón. 
 
   Los deslaves se sucedieron cíclicamente  durante años. Fueron cayendo y depositando sedimentos en las riberas del río Chama poco a poco. Y como en toda desgracia hay ganancias, hasta se constituyó una empresa para la explotación de la arena que se acumulaba día tras día, en la enorme isla que se iba formando. Finalmente le perdimos el miedo al fenómeno y nos acostumbramos a vivir a su lado, con el sonido lejano de los desplomes y deslizamientos, que descendían cual cascadas de lodo hacía el río, y del río hacía el mar, en el eterno ciclo evolutivo del planeta. 
 
     Con los años aún tengo presentes las charlas que los profesores de la Universidad de Los Andes impartían en los salones de la alcaldía, en nuestras casas o, a través de los diferentes medios de comunicación:
 
     - " Eso es un fenómeno natural en la formación de las montañas. Los zanjones tienden a caerse con el tiempo, formando en su desembocadura nuevas tierras ", decían los ilustres conferencistas entrevistados. Mientras agregaban: " Esa montaña no se debe tocar. Ni cultivar y menos talar, porque a la larga todos los zanjones colapsarán. Hay que cuidarla, lo único que se debe hacer allí es reforestar y vigilar para que nadie toque su corteza vegetal". 
 
    Recuerdo que mientras escuchaba esas disertaciones junto a un centenar de vecinos preocupados por la posibilidad de que EL Palón se desplomara, no podía dejar de pensar en Nemesio y María y sus advertencias, años luz antes que las autoridades gubernamentales y académicos de geología aparecieran por estos lares. 
 
     Quedan pues, estas dos posiciones antagónicas en cuanto a las causas que motivaron la calamidad, pero coincidentes en la necesidad urgente de preservar nuestros espacios naturales. Unos vigilarán los movimientos geológicos, mientras que otros dejarán en su camino por los montes, "un pocillito de miche con una estampita de la virgen". Cada quien según su criterio, cada quien según sus creencias, cada quien...

 
                                  V
 
     El espíritu noble de Nemesio...su rostro... se repite en mis sueños y puedo escuchar claramente su manera de ilustrarme, a través de sus cuentos, historias, anécdotas y vivencias.
 
    Dicho lo anterior, comparto, como prometí, sus palabras, echándome a un lado para rendirle honor tanto a estas dos personas que tuve la fortuna de conocer, como a las desconocidas que han sabido vivir con  la naturaleza y no sobre ella.

     Son estas personas -profundamente ecológicas- las llamadas a hablar en nombre de la Tierra, y quienes participamos en esta historia, nos toca escuchar con humildad.  Gracias por su atención, los dejo con el  maestro y su parábola del vecino y el pantano:

     - " Un vecino, que es vecino mío, que vive bajero, hacia las orillas de la Carretera Negra. Es vecino mío, había el sembrado. Él es agricultor y había habido un año que había sembrado por allí y antonces, se prestó el tiempo un poco veranocito ¡ Sí, de verano ! ¡ Por allí ! El clamaba que lloviera ¡ pá que la mata descollara ! Muchas veces será malo obligar a Dios don Pedro... Porque lo que Dios hace, no lo hacemos nosotros. 
 
     Ahora resulta de que él pensó en ese mismo pantano que le estoy contando, pues claro eso era delicado molestar ahí, el pensó y se reunió por ahí con una familia, una señora y unos muchachos y dijo:
 
     - ¡ Vamos para el pantano a cuquear el pantano, para que llueva ! , bueno se fue y yendo para allá cerca, recogió un costal, unas piedras y llevaron unos perros amarrados ¡ Y ellos con la pantomima y la bulla ! A hacerle bulla por allá al pantano. Llegaron por allá al pantano y zumbaron los perros en el ojo del pantano, los perros salieron -Esos no se hogan-, salieron y antonces se pusieron a zumbarle piedras al ojo del agua y hacer bulla allá pá que lloviera. Se salieron de allí al camino...ya comenzó como a goterear... el asunto de las lluvias...comenzó a brisar y le dijo a la muchacha, le dijo a la señora:
 
     - Miren corran porque el invierno va a estar cerca ¡Ya está brisando!  Corramos para ir a acampar casa del amigo Nemesio A mi casa, y yendo pasando una puerta de lo que colinda allí de lo mío, venía ese leño de agua, que llegaron ensopaditos a la casa.
 
     El hombre de contento porque había llovido. Ahora tomaron cafecito en mi casa y se fueron.
 
     - ¡ Gracias a Dios que pá mi cultivo me mandó Dios el agua!, gritaba el vecino.
 
     Se fueron, salieron a parte a donde miraban pá la casa y vieron algo extraño por allí, ellos siguieron y bajaron bajando cerca de la casa, vieron una cosa por allí extraño del que por qué estaba aquello como blanco el terreno. Era de la creciente que había hecho el zanjón. Los zanjones se habían reunido el agua: ¡ Bajó ese buque de agua ! y quedó muy igual como la playa de aquí, en el Palón.
 
      - ¡ Y adiós frijoles y adiós cosecha !
 
     - Y ¡parecen que sean mentiras! ¡parecen que sean mentiras! Son cosas don Pedro... es obligar a Dios; pero porque resulta que esos son pantanos, barriales de agua, cosas delicadas que quedaron por allí... como se lo estoy diciendo." 

 
       

                  Pedro Alberto Galindo Chagín. 
 
La Capea, Municipio Santos Marquina.
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Ilustración carátula: Pixabay